Y no es una forma de hablar.
Literalmente no quería hacerlo.
Decía que ese tipo de novela no era “literaria”, que era demasiado comercial, que no era lo suyo.
Pero tenía deudas.
Muchas.
Hasta el cuello.

Así que escribió con vergüenza, con la sensación de estar vendiéndose. Con el maldito síndrome del impostor subido a los hombros, gritándole al oído.
¿Y qué pasó?
Ganó dos Oscars por el guión original.
Uno por El Padrino.
Otro por El Padrino II, ambos junto a Francis Ford Coppola.
Ah, y ambas pelis ganaron el Oscar a la mejor película. Dos años seguidos. Casi nada.
Y ahora viene la mejor parte de la historia.
Después de comerse el mundo con su obra maestra, el tipo decide apuntarse a un taller de guion cinematográfico.
Sí, como si Spielberg se metiera a un curso online de «cómo hacer cortos en TikTok».
Y en el taller, tan tranquilos, los profes le dicen: — Te recomendamos leer el guión de El Padrino. Es un gran ejemplo de cómo se debe escribir un guión.
¿Te imaginas su cara? Era su propio guión, el que había escrito con dudas, con miedo, con vergüenza. El mismo que le cambió la vida.
Lo escuché en un podcast de Isra Bravo, y me quedé con esta idea dándome vueltas:
Cuántas veces creemos que no somos lo bastante buenos.
Cuántas ideas descartamos antes de siquiera darles una oportunidad.
Cuánto talento se esconde detrás de frases como «esto no es para mí», «quién soy yo para escribir sobre esto», «a nadie le va a interesar»…
Spoiler: a alguien sí le va a interesar. Y si además lo cuentas bien, puede cambiarlo todo.
En El Arte de Vender comparto historias como esta.
De ventas, sí.
De persuasión, también. Pero sobre todo, de personas que se lanzaron aunque sentían que estaban impostando todo el camino.
Si te mola este tipo de historias que inspiran y enseñan, apúntate gratis a la newsletter. Disfruta de la primera clase gratuita.
Y si no es para ti, te das de baja con un clic.
Pero cuidado: engancha.